No somos monedita de oro para caerle bien a todo el mundo. No podemos complacer las peticiones de todos ni mucho menos tenemos que vivir como los otros quieren que nosotros vivamos. Estos hay que entenderlos y aceptarlos, porque esto explica el ataque de muchas personas que considerábamos cercanos a nosotros y que no tienen razón para hacerlos. La envidia, el no soportar que te vaya bien, la competencia, el querer ser primero siempre y el desconocer la palabra de Dios son fuertes de esos malos sentimientos que llevan algunos a atacarte y a querer que todo te salga mal. Tu tienes que aceptar, primero, que eso puede pasar, segundo, tienes que revisar si hay situaciones tuya que han ocasionado esas actitudes y debas cambiar. tres, debes estar seguro del amor de Dios, de su fuerza y su poder; Él te cubre con su sangre preciosa para que nada haga mella en ti y puedas seguir adelante con los planes que tienes. Tienes que aferrarte a la oración y que en ella encuentres paz que necesitas para no dejarte tumbar por esos ataques: “OH Dios, una banda de insolentes y violentos que no te tienen presente se han puesto en contra mía y quieren matarme. Pero tñu, Señor, eres Dios tierno y pasivo, paciente, todo amor y verdad. Mírame, ¡ten compasión de mi! ¡Salva a este siervo tuyo! ¡Dale tu fuerza!...!Tu señor me das ayuda y consuelo”(Salmo 86, 14-17). Dios sabrá responder a esas personas. El es tu defensor. Tu tienes que hacer las cosas bien, tratar de vivir a su manera y no dejar que nada te aparte de su presencia. El Espíritu Santo mostrara el camino y te dirá que tienes que hacer. El será tu escudo. Es importante que confíes en que El tiene el poder que se requiere. Si te defiendes, que lo hagas desde la palabra de Dios y con los sentimientos que Dios pone en nuestro corazón.
¿A quién iremos si solo tú tienes palabra de vida eterna? “Siempre me han impactado estas palabras pronunciadas por Pedro cuando Jesús pregunta a los apóstoles si ellos lo iban a abandonar. La frase expresa la seguridad que tiene Pedro de que en Jesús está la respuesta a todas las preguntas que lo agobian y le hacen la vida difícil. Pedro tiene la seguridad en su corazón de que no se puede abandonar al señor por ningún otro ídolo porque sólo Él tiene las palabras que lo aclaran todo y nos hacen tener paz. Pero este mismo Pedro que dice esto fue el que lo negó y el que dijo que nunca lo había conocido. Es  la dualidad humana. Es la ambigüedad en la que nos movemos cuando se trata de los temas de Dios. Tenemos conciencia de quién es Jesús pero muchas veces la inseguridad nos lleva a negarlo. Es una inseguridad que se nos escapa entre los dedos en los momentos menos esperados. No creas que tu eres distinto a Pedro. Estoy seguro de que muchas veces lo declaras tu señor, tu dueño y otras veces dices que ni lo conoces. La fe se da en esa dialéctica humana, en ese claroscuro en el que los hombres nos acercamos a Dios. La fe es seguridad existencial pero no es conocimiento científico. Es certeza de corazón pero no demostración  empírica de un laboratorio. Por eso a diario tenemos que fortalecer nuestra relación con Jesús. No extrañarnos de las dudas sino ser capaces de intimar con Él de tal manera que el contacto diario y cotidiano nos de la posibilidad de vencer nuestras dudas y de comprender lo que en principio no podemos comprender. La fe es gracia, es regalo de Dios y debemos tener el corazón abierto para recibirlo. Pero también es esfuerzo y lucha nuestra. No podemos dejar que las experiencias nos hagan dudar, ni que el miedo nos lleve a desconocer a quien tiene para nosotros palabras de vida eterna.
Te invito a que en un momento de oración personal e íntimo con Dios le cuentes qué es lo que te hace dudar y le pidas que te regale el don de la fe.
Señor, estoy feliz por saberte cerca de mi. feliz de saberme vivo y sobre todo de saber que me vas a acompañar a lo largo de este nuevo dia. gracias por esta nueva oportunidad que me regalas y todas las bendiciones que me ofreces.
Hoy doy un grito de victoria porque eres tu quien me das el verdadero amor, eres tú, señor, quien me das la fortaleza y me llenas de ímpetu para afrontar cualquier adversidad que se presente. Jamás me cansaré de dar Gloria a tu nombre y exaltarlo en cada momento de mi vida. Hoy deseo en tu santo nombre ser testimonio de tu presencia, de tu amor y de tu misericordia.
Hoy te entrego todos mis proyectos y todos mis sueños para que los bendigas y te apoderes de cada uno. Doy un paso adelante en señal de quien se alista para la batalla, pero con la conviccion de que saldre vencedor en tu presencia, Amén.

Salve Divina Pastora


Hermosa Virgen de Cabellos de Oro
a quien el hombre en su dolor implora
Tú eres el cielo sin igual tesoro
y dulce aliento del que triste llora

El infeliz que cruza sollozando
su sendero de espinas y de abrojos
en tus consuelos plácidos confiando
fija en ti, Virgen, sus nublados ojos

Por eso el pueblo que venera tanto
tu imagen sin igual, encantadora,
henchido de esperanza y amor santo,
se arrodilla ante ti bella Pastora

Derrama, pues, sobre tus bendiciones,
tu que puedes todo, Virgen pura,
mientras se oyen las santas oraciones,
que nuestros labios para ti murmuran

El Bautismo de Jesucristo

El Evangelio de hoy nos narra el bautismo de Cristo, y nos dice san Mateo que, apenas Jesús fue bautizado, “se abrió el cielo y vio que el Espíritu Santo bajaba como una paloma y se posaba sobre Él. Y vino una voz del cielo que decía: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto”. Es entonces cuando el Padre da ante el mundo ese maravilloso testimonio a favor de Cristo, ratifica solemnemente la condición divina de Jesús e inaugura con su sello la misión que su Hijo estaba para iniciar sobre la tierra.

Jesús es el Hijo eterno del Padre, el Hijo por naturaleza, el predilecto por antonomasia. Pero también nosotros, por una especialísima dignación de Dios y una predilección de su amor, a través del bautismo, también quedamos constituidos “hijos en el Hijo” y llegamos a ser hijos de Dios por adopción.

El bautismo es, pues, el sacramento por el que nacemos a la vida eterna y el que nos abre las puertas del cielo. El mismo Juan nos refiere en su evangelio aquellas profundas palabras que dirigió Jesús a Nicodemo: “En verdad te digo que quien no naciere del agua y del Espíritu, no podrá entrar en el reino de los cielos. Lo que nace de la carne, es carne; pero lo que nace del Espíritu, es espíritu” (Jn 3, 5-6).

Después de las hermosas fiestas navideñas que todos hemos podido pasar estos días en familia, hoy la Iglesia quiere celebrando con todos sus hijos la fiesta del bautismo del Señor. De esta forma, así como Cristo inició su vida pública con su bautismo, nosotros ahora iniciamos nuevamente la vida “ordinaria” recordando y reviviendo el bautismo del Señor.

Pero no es sólo una celebración para iniciar el tiempo ordinario. La Iglesia, como buena Madre, quiere atraer nuestra atención hacia las verdades más esenciales y fundamentales de nuestra vida. Nos remonta hasta los orígenes de nuestra fe.

Se cuenta que san Francisco Solano, siendo ya religioso franciscano, fue un día a visitar su pueblo natal de Montilla, en España. Y, entrando a la iglesia de Santiago, en donde había sido bautizado, se fue derecho a la pila bautismal, se arrodilló en el suelo con la frente apoyada sobre la piedra y rezó en voz alta el Credo para dar gracias a Dios por el don de su fe. Algo casi idéntico repitió Juan Pablo II, cuando visitó Polonia por primera vez como Papa, en el año 1979. Acudió de peregrinación a su natal Wadowice y, entrando a la iglesia parroquial, encontró rodeada de flores la pila bautismal donde fue bautizado en 1920. Entonces se arrodilló ante ella y la besó con profunda devoción y reverencia. ¡Los santos sí saben lo que es el bautismo!

Gracias a Dios, también nosotros hemos recibido este don maravilloso. Pero, ¿cuántos de nosotros somos conscientes de este regalo tan extraordinario y nos acordamos de él con frecuencia para darle gracias al Señor, para renovar nuestra fe con el rezo del Credo y ratificar nuestro compromiso cristiano? El Vaticano II nos recuerda que, por el bautismo, todos los cristianos tenemos el deber de tender a la santidad y de ser auténticos apóstoles de Cristo en el mundo: con nuestra palabra, nuestro testimonio y nuestra acción. ¿Somos cristianos de verdad? ¿De vida y de obras, y no sólo de nombre, de cultura o tradición?

¡Ojalá que cada día vivamos más de acuerdo con nuestra condición y agradezcamos a Dios, con nuestro testimonio, el maravilloso privilegio de ser sus hijos predilectos!