Nos encontramos ya a pocos días de la Navidad. ¡Está ya para llegar nuestro Redentor, el Mesías prometido, nuestro Salvador! Y tal vez todavía no le hemos preparado un lugar digno dentro de nuestro corazón para que nazca en él el día de su llegada.
Angelus Silesius, conocido poeta alemán del siglo XVIII, escribía: “Si Jesús naciera mil veces en Belén, pero no nace en tu corazón, de nada te serviría”.
Nosotros necesitamos prepararle un lugar digno en nuestro corazón para este 24 de diciembre. Pero fijémonos que Él no tiene grandes pretensiones. Si tuviéramos que conseguirle un palacio, podríamos excusarnos y decirle: “no puedo; no tengo los medios para hacerlo”. Pero lo que Jesús necesita es solamente un pesebre. Y eso sí se lo podemos ofrecer. Todos, hasta el más pobre de nosotros. Jesús escogió una gruta para nacer. Y eso mismo es lo que escoge hoy. Él es enemigo de las pompas humanas, de los lujos y vanidades superfluas. Él se contenta con poco. Un pesebre le basta. ¡Qué tremenda enseñanza de humildad, de pobreza y de sencillez la que nos da, sin palabras ni discursos!
Pero, aunque sea pobre nuestro pesebre, debe ser también muy limpio, ordenado y calentito. Y esto sólo lo da la pureza de alma y la de vida de gracia a través de la oración y de los sacramentos.
Belén es también una lección inmensa de bondad y de amor porque Él, siendo el Dios infinito, eterno y todopoderoso, eligió este modo para salvarnos. Nadie hace algo así sólo por amor al arte o por “deporte”.
Y si eligió ese modo de nacer fue porque quiso compartir nuestra debilidad, nuestra pobreza y naturaleza humana tan desvalida. Porque quiso abajarse y hacerse uno como nosotros; es más, como el más débil y el más pequeño de nosotros. Él es nuestro Hermano, el protector de los pobres, de los débiles y de los desamparados. En Él todos podemos sentir su amor, experimentar su consuelo en la aflicción, su compañía en la tristeza y soledad.
Y si Jesús Niño es así de bueno con nosotros, no debe haber cabida en nuestra alma para el egoísmo o los intereses particulares. Hay muchas personas a nuestro lado -niños y adultos, hombres y mujeres- que necesitan de nuestro amor y de nuestra ayuda. Ojalá que no pasemos ante sus necesidades con un corazón de piedra. Si así fuera, la Navidad no nos habrá servido de nada, nos dejaría iguales. Seguiría siendo invierno en nuestro interior.
Ojalá, pues, que imitemos a Jesús en su amor a los hombres, viviendo esta Navidad y todos los días de nuestra vida, una gran caridad, comprensión y servicio generoso y desinteresado a nuestros semejantes, sobre todo hacia los más pobres y desvalidos.
¿Cómo estás preparándote para el nacimiento del Hijo de Dios, de Jesucristo Niño, que va a llegar dentro de pocos días?
No tienes tiempo?
No tienes tiempo? Muy cierto... Para las personas que dicen que no tienen tiempo de nada o una agenda saturada Un experto asesor de empresas en Gestión del Tiempo quiso sorprender a los asistentes a su conferencia.
Sacó de debajo del escritorio un frasco grande de boca ancha. Lo colocó sobre la mesa,
junto a una bandeja con piedras del tamaño de un puño y preguntó:.
Cuantas piedras piensan que caben en el frasco?
Después de que los asistentes hicieran sus conjeturas, empezó a meter piedras hasta que llenó el frasco.
Luego preguntó: Esta lleno?
Todo el mundo lo miro y asintió. Entonces sacó de debajo de la mesa un cubo con gravilla. Metió parte de la gravilla en el frasco y lo agitó.
Las piedrecillas penetraron por los espacios que dejaban las piedras grandes.
El experto sonrió con ironía y repitió: Esta lleno?
Esta vez los oyentes dudaron:
Tal vez no, Bien!
Y puso en la mesa un cubo con arena que comenzó a volcar en el frasco.
La arena se filtraba en los pequeños recovecos que dejaban las piedras y la grava.
Está lleno? pregunto de nuevo. - No!, exclamaron los asistentes.
Bien, dijo, y cogió una jarra de agua de un litro que comenzó a verter en el frasco. El frasco aun no rebosaba.
Sacó de debajo del escritorio un frasco grande de boca ancha. Lo colocó sobre la mesa,
junto a una bandeja con piedras del tamaño de un puño y preguntó:.
Cuantas piedras piensan que caben en el frasco?
Después de que los asistentes hicieran sus conjeturas, empezó a meter piedras hasta que llenó el frasco.
Luego preguntó: Esta lleno?
Todo el mundo lo miro y asintió. Entonces sacó de debajo de la mesa un cubo con gravilla. Metió parte de la gravilla en el frasco y lo agitó.
Las piedrecillas penetraron por los espacios que dejaban las piedras grandes.
El experto sonrió con ironía y repitió: Esta lleno?
Esta vez los oyentes dudaron:
Tal vez no, Bien!
Y puso en la mesa un cubo con arena que comenzó a volcar en el frasco.
La arena se filtraba en los pequeños recovecos que dejaban las piedras y la grava.
Está lleno? pregunto de nuevo. - No!, exclamaron los asistentes.
Bien, dijo, y cogió una jarra de agua de un litro que comenzó a verter en el frasco. El frasco aun no rebosaba.
Bueno, que hemos demostrado?, preguntó.. Un alumno respondió:
Que no importa lo llena que esté tu agenda, si lo intentas, siempre puedes hacer que quepan más cosas.
Que no importa lo llena que esté tu agenda, si lo intentas, siempre puedes hacer que quepan más cosas.
¡NO!,concluyó el experto: Lo que esta lección nos enseña es que si no colocas las piedras grandes primero, nunca podrás colocarlas después.
¿Cuales son las grandes piedras en tu vida?. Tus hijos, tus amigos, tus sueños, tu salud, la persona amada?
Recuerda, ponlas primero. El resto encontrará su Lugar.
¿Cuales son las grandes piedras en tu vida?. Tus hijos, tus amigos, tus sueños, tu salud, la persona amada?
Recuerda, ponlas primero. El resto encontrará su Lugar.
ADVIENTO
La palabra Adviento, significa "llegada" y claramente indica el espíritu de vigilia y preparación que los cristianos deben vivir. Al igual que se prepara la casa para recibir a un invitado muy especial y celebrar su estancia con nosotros, durante los cuatro domingos que anteceden a la fiesta de Navidad, los cristianos preparan su alma para recibir a Cristo y celebrar con Él su presencia entre nosotros.
En este tiempo es muy característico pensar: ¿cómo vamos a celebrar la Noche Buena y el día de Navidad? ¿con quien vamos a disfrutar estas fiestas? ¿qué vamos a regalar? Pero todo este ajetreo no tiene sentido si no consideramos que Cristo es el festejado a quien tenemos que acompañar y agasajar en este día. Cristo quiere que le demos lo más preciado que tenemos: nuestra propia vida; por lo que el período de Adviento nos sirve para preparar ese regalo que Jesús quiere, es decir, el adviento es un tiempo para tomar conciencia de lo que vamos a celebrar y de preparación espiritual.
Durante el Adviento los cristianos renuevan el deseo de recibir a Cristo por medio de la oración, el sacrificio, la generosidad y la caridad con los que nos rodean, es decir, renovarnos procurando ser mejores para recibir a Jesús.
La Iglesia durante las cuatro semanas anteriores a la Navidad y especialmente los domingos dedica la liturgia de la misa a la contemplación de la primera "llegada" de Cristo a la tierra, de su próxima "llegada" triunfal y la disposición que debemos tener para recibirlo. El color morado de los ornamentos usados en sus celebraciones nos recuerda la actitud de penitencia y sacrificio que todos los cristianos debemos tener para prepararnos a tan importante evento.
En este tiempo es muy característico pensar: ¿cómo vamos a celebrar la Noche Buena y el día de Navidad? ¿con quien vamos a disfrutar estas fiestas? ¿qué vamos a regalar? Pero todo este ajetreo no tiene sentido si no consideramos que Cristo es el festejado a quien tenemos que acompañar y agasajar en este día. Cristo quiere que le demos lo más preciado que tenemos: nuestra propia vida; por lo que el período de Adviento nos sirve para preparar ese regalo que Jesús quiere, es decir, el adviento es un tiempo para tomar conciencia de lo que vamos a celebrar y de preparación espiritual.
Durante el Adviento los cristianos renuevan el deseo de recibir a Cristo por medio de la oración, el sacrificio, la generosidad y la caridad con los que nos rodean, es decir, renovarnos procurando ser mejores para recibir a Jesús.
La Iglesia durante las cuatro semanas anteriores a la Navidad y especialmente los domingos dedica la liturgia de la misa a la contemplación de la primera "llegada" de Cristo a la tierra, de su próxima "llegada" triunfal y la disposición que debemos tener para recibirlo. El color morado de los ornamentos usados en sus celebraciones nos recuerda la actitud de penitencia y sacrificio que todos los cristianos debemos tener para prepararnos a tan importante evento.
Cristo Rey del Universo
En la fiesta de Cristo Rey celebramos que Cristo puede empezar a reinar en nuestros corazones en el momento en que nosotros se lo permitamos, y así el Reino de Dios puede hacerse presente en nuestra vida. De esta forma vamos instaurando desde ahora el Reino de Cristo en nosotros mismos y en nuestros hogares, empresas y ambiente.
Jesús nos habla de las características de su Reino a través de varias parábolas en el capítulo 13 de Mateo:
“es semejante a un grano de mostaza que uno toma y arroja en su huerto y crece y se convierte en un árbol, y las aves del cielo anidan en sus ramas”;
“es semejante al fermento que una mujer toma y echa en tres medidas de harina hasta que fermenta toda”; “es semejante a un tesoro escondido en un campo, que quien lo encuentra lo oculta, y lleno de alegría, va, vende cuanto tiene y compra aquel campo”;
“es semejante a un mercader que busca perlas preciosas, y hallando una de gran precio, va, vende todo cuanto tiene y la compra”.
En ellas, Jesús nos hace ver claramente que vale la pena buscarlo y encontrarlo, que vivir el Reino de Dios vale más que todos los tesoros de la tierra y que su crecimiento será discreto, sin que nadie sepa cómo ni cuándo, pero eficaz.
Para lograr que Jesús reine en nuestra vida, en primer lugar debemos conocer a Cristo. La lectura y reflexión del Evangelio, la oración personal y los sacramentos son medios para conocerlo y de los que se reciben gracias que van abriendo nuestros corazones a su amor. Se trata de conocer a Cristo de una manera experiencial y no sólo teológica.
Acerquémonos a la Eucaristía, Dios mismo, para recibir de su abundancia. Oremos con profundidad escuchando a Cristo que nos habla.
Al conocer a Cristo empezaremos a amarlo de manera espontánea, por que Él es toda bondad. Y cuando uno está enamorado se le nota.
El tercer paso es imitar a Jesucristo. El amor nos llevará casi sin darnos cuenta a pensar como Cristo, querer como Cristo y a sentir como Cristo, viviendo una vida de verdadera caridad y autenticidad cristiana. Cuando imitamos a Cristo conociéndolo y amándolo, entonces podemos experimentar que el Reino de Cristo ha comenzado para nosotros.
Por último, vendrá el compromiso apostólico que consiste en llevar nuestro amor a la acción de extender el Reino de Cristo a todas las almas mediante obras concretas de apostolado. No nos podremos detener. Nuestro amor comenzará a desbordarse.
Dedicar nuestra vida a la extensión del Reino de Cristo en la tierra es lo mejor que podemos hacer, pues Cristo nos premiará con una alegría y una paz profundas e imperturbables en todas las circunstancias de la vida.
Jesús nos habla de las características de su Reino a través de varias parábolas en el capítulo 13 de Mateo:
“es semejante a un grano de mostaza que uno toma y arroja en su huerto y crece y se convierte en un árbol, y las aves del cielo anidan en sus ramas”;
“es semejante al fermento que una mujer toma y echa en tres medidas de harina hasta que fermenta toda”; “es semejante a un tesoro escondido en un campo, que quien lo encuentra lo oculta, y lleno de alegría, va, vende cuanto tiene y compra aquel campo”;
“es semejante a un mercader que busca perlas preciosas, y hallando una de gran precio, va, vende todo cuanto tiene y la compra”.
En ellas, Jesús nos hace ver claramente que vale la pena buscarlo y encontrarlo, que vivir el Reino de Dios vale más que todos los tesoros de la tierra y que su crecimiento será discreto, sin que nadie sepa cómo ni cuándo, pero eficaz.
Para lograr que Jesús reine en nuestra vida, en primer lugar debemos conocer a Cristo. La lectura y reflexión del Evangelio, la oración personal y los sacramentos son medios para conocerlo y de los que se reciben gracias que van abriendo nuestros corazones a su amor. Se trata de conocer a Cristo de una manera experiencial y no sólo teológica.
Acerquémonos a la Eucaristía, Dios mismo, para recibir de su abundancia. Oremos con profundidad escuchando a Cristo que nos habla.
Al conocer a Cristo empezaremos a amarlo de manera espontánea, por que Él es toda bondad. Y cuando uno está enamorado se le nota.
El tercer paso es imitar a Jesucristo. El amor nos llevará casi sin darnos cuenta a pensar como Cristo, querer como Cristo y a sentir como Cristo, viviendo una vida de verdadera caridad y autenticidad cristiana. Cuando imitamos a Cristo conociéndolo y amándolo, entonces podemos experimentar que el Reino de Cristo ha comenzado para nosotros.
Por último, vendrá el compromiso apostólico que consiste en llevar nuestro amor a la acción de extender el Reino de Cristo a todas las almas mediante obras concretas de apostolado. No nos podremos detener. Nuestro amor comenzará a desbordarse.
Dedicar nuestra vida a la extensión del Reino de Cristo en la tierra es lo mejor que podemos hacer, pues Cristo nos premiará con una alegría y una paz profundas e imperturbables en todas las circunstancias de la vida.
Un hombre susurró: Dios habla conmigo.
Un hombre susurró: Dios habla conmigo.
Y un ruiseñor comenzó a cantar
Pero el hombre no oyó.
¡Entonces el hombre repitió
Dios, habla conmigo
Y el eco de un trueno, se oyó
Más el hombre fue incapaz de oír.
El hombre miró enrededor y dijo:
Dios, déjame verte
Y una estrella brillo en el cielo
Pero el hombre no la vio.
El hombre comenzó a gritar:
Dios, muéstrame un milagro
Y un niño nació
Mas el hombre no sintió el latir de la vida.
Entonces el hombre comenzó a llorar y a desesperarse:
Dios, tócame y déjame saber que estás aquí conmigo...
Y una mariposa se posó
Suavemente en su hombro
El hombre espanto la mariposa con la mano y desilusionado
Continuó su camino, triste, solo y con miedo.
Hasta cuándo tenemos que sufrir para comprender que Dios está siempre donde está la vida?
Hasta cuándo mantendremos nuestros ojos y nuestros corazones cerrados para los milagros de la vida que se presentan diariamente en todo momento?
La familia es generadora de vida cuando pone en práctica los dones recibidos, cuando mantiene el ritmo de la vida cotidiana entre el trabajo, la fiesta y el descanso, entre el afecto y el amor, entre el compromiso y la generosidad, cuando supera los conflictos y viven en el perdón, cuando ataca el problema y no la persona, cuando transmite los valores humanos y cristianos… Este es el regalo que recibe la familia al ser generadora de vidaA la familia se le ha confiado el don de la vida. Es decir, Dios ha creado al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza por amor y los ha llamado al mismo tiempo a AMAR. Creándoles a su imagen y conservándolos, ha inscrito en cada uno de ellos la vocación, la capacidad y la responsabilidad, del amor y de la comunión. Por lo tanto, el amor es, la vocación fundamental e innata de todo ser humano. Por eso, Dios, creando al varón y a la mujer iguales en dignidad, pero diferentes sexualmente, ha querido que el hombre y la mujer al unirse por el amor y formar una sola carne através de la donación conyugal (cfr. Génesis 1,27 - 28) sean generadores de vida y de amor para cada hijo e hija.
La hija de un hombre le pidió al sacerdote que fuera a su casa a hacer una oración para su padre que estaba muy enfermo.
Dos días después, la hija de José llamó al sacerdote para decirle que su padre había fallecido.
El sacerdote le preguntó: "Falleció en Paz ? "
"Sí, cuando salí de la casa a eso de las dos de la tarde me llamó y fui a verlo a su cama, me dijo lo mucho que me quería y me dio un beso."
"Cuando regresé de hacer compras una hora más tarde ya lo encontré muerto."
"Pero hay algo extraño al respecto de su muerte, pues aparentemente justo antes de morir se acercó a la silla que estaba al lado de su cama y recostó su cabeza en ella, pues así lo encontré. -Qué cree usted que pueda significar esto?"
El sacerdote se secó las lagrimas de emoción y le respondió: "Ojalá que todos nos pudiésemos ir de esa manera..."
Cuando el sacerdote llego a la habitación del enfermo, encontró a este hombre en su cama con la cabeza alzada por un par de almohadas. Había una silla al lado de su cama, por lo que el sacerdote pensó que el hombre sabía que vendría a verlo ;
"Supongo que me estaba esperando", le dijo.
"No, quien es usted?", dijo el hombre.
"Soy el sacerdote que su hija llamó para que orase con usted; cuando ví la silla vacía al lado de su cama supuse que usted sabía que yo vendría a visitarlo".
"Ah si, la Silla", dijo el hombre enfermo, le importa cerrar la puerta?" .
El sacerdote sorprendido la cerró.
"No, quien es usted?", dijo el hombre.
"Soy el sacerdote que su hija llamó para que orase con usted; cuando ví la silla vacía al lado de su cama supuse que usted sabía que yo vendría a visitarlo".
"Ah si, la Silla", dijo el hombre enfermo, le importa cerrar la puerta?" .
El sacerdote sorprendido la cerró.
"Nunca le he dicho esto a nadie, pero toda mi vida la he pasado sin saber cómo orar. Cuando he estado en la Iglesia he escuchado siempre al
respecto de la oración, que se debe orar y los beneficios que trae, ..., pero siempre esto de las oraciones me entró por un oído y me salió por el
otro, pues no tengo idea de cómo hacerlo. -Entonces hace mucho tiempo abandoné por completo la oración." Esto ha sido así en mí hasta hace unos cuatro años, cuando conversando con mi mejor amigo me dijo: José, esto de la oración es simplemente tener una conversación con Jesús. así es como te sugiero que lo hagas:
respecto de la oración, que se debe orar y los beneficios que trae, ..., pero siempre esto de las oraciones me entró por un oído y me salió por el
otro, pues no tengo idea de cómo hacerlo. -Entonces hace mucho tiempo abandoné por completo la oración." Esto ha sido así en mí hasta hace unos cuatro años, cuando conversando con mi mejor amigo me dijo: José, esto de la oración es simplemente tener una conversación con Jesús. así es como te sugiero que lo hagas:
te sientas en una silla y colocas otra silla vacía enfrente tuyo, luego con fe miras a Jesús sentado delante de tí. No es algo alocado el hacerlo pues El nos dijo: "Yo estaré siempre con vosotros". -
Por lo tanto, le hablas y lo escuchas, de la misma manera como lo estás haciendo conmigo ahora".-
"Es así que lo hice una vez y me gustó tanto que lo he seguido haciendo unas dos horas diarias desde entonces". Siempre tengo mucho cuidado que no me vaya a ver mi hija.... pues me internaría de inmediato en el manicomio."
El sacerdote sintió una gran emoción al escuchar esto y le dijo a José que era muy bueno lo que había estado haciendo, y que no dejara de hacerlo.
Luego hizo una oración con él, le extendió una bendición y se fue a su parroquia.
Luego hizo una oración con él, le extendió una bendición y se fue a su parroquia.
Dos días después, la hija de José llamó al sacerdote para decirle que su padre había fallecido.
El sacerdote le preguntó: "Falleció en Paz ? "
"Sí, cuando salí de la casa a eso de las dos de la tarde me llamó y fui a verlo a su cama, me dijo lo mucho que me quería y me dio un beso."
"Cuando regresé de hacer compras una hora más tarde ya lo encontré muerto."
"Pero hay algo extraño al respecto de su muerte, pues aparentemente justo antes de morir se acercó a la silla que estaba al lado de su cama y recostó su cabeza en ella, pues así lo encontré. -Qué cree usted que pueda significar esto?"
El sacerdote se secó las lagrimas de emoción y le respondió: "Ojalá que todos nos pudiésemos ir de esa manera..."
Oración
Dios, dame el día de hoy fe para seguir adelante
- Dame grandeza de espíritu para perdonar
- Dame paciencia para comprender y esperar
- Dame voluntad para no caer
- Dame fuerza para levantarme si caído estoy
- Dame amor para dar
- Dame lo que necesito y no lo que quiero
- Dame elocuencia para decir lo que debo decir
- Haz que yo sea el mejor ejemplo para mis hijos
- Haz que yo sea el mejor amigo de mis amigos
- Haz de mi un instrumento de tu voluntad
- Hazme fuerte para recibir los golpes que me da la vida
- Déjame saber que es lo que tu quieres de mí
- Déjame tu paz para que la comparta con quien no la tenga
- Por último, anda conmigo y déjame saber que así es
- Dame grandeza de espíritu para perdonar
- Dame paciencia para comprender y esperar
- Dame voluntad para no caer
- Dame fuerza para levantarme si caído estoy
- Dame amor para dar
- Dame lo que necesito y no lo que quiero
- Dame elocuencia para decir lo que debo decir
- Haz que yo sea el mejor ejemplo para mis hijos
- Haz que yo sea el mejor amigo de mis amigos
- Haz de mi un instrumento de tu voluntad
- Hazme fuerte para recibir los golpes que me da la vida
- Déjame saber que es lo que tu quieres de mí
- Déjame tu paz para que la comparta con quien no la tenga
- Por último, anda conmigo y déjame saber que así es
Un hombre habia pintado un lindo cuadro. El día de la presentacion al publico, asistieron las autoridades locales, fotografos, periodistas, y mucha gente, pues se trataba de un famoso pintor, reconocido artista. Llegado el momento, se tiró el paño que velaba el cuadro, hubo un caluroso aplauso.
Era una impresionante figura de Jesús tocando suavemente la puerta de una casa. Jesús parecía vivo. Con el oído junto a la puerta, parecía querer oír si adentro de la casa alguien le respondía.
Todos admiraban aquella preciosa obra de arte. Un observador muy curioso, encontró una falla en el cuadro. La puerta no tenía cerradura.
Y fue a preguntar al artista:
_“¡Su puerta no tiene cerradura! ¿Cómo se hace para abrirla?“.
El pintor tomó su Biblia, buscó un versículo y le pidió al observador que lo leyera:
Apocalipsis 3, 20:
"He aquí, yo estoy a la puerta y llamo: si alguno oyere mi voz y abriere la puerta, entraré á él, y cenaré con él, y él conmigo.”
"He aquí, yo estoy a la puerta y llamo: si alguno oyere mi voz y abriere la puerta, entraré á él, y cenaré con él, y él conmigo.”
_”Así es”, respondió el pintor. “Ésta es la puerta del corazón del hombre. Solo se abre por dentro.”
Abramos nuestro corazón al amor, a DIOS.
Cambiemos, aun estamos a tiempo.
La Oración Personal
Muchos pasajes del Evangelio muestran a Jesús que se retiraba y quedaba a solas para orar. Era una actitud habitual del Señor, especialmente en los momentos más importantes de su ministerio público. ¡Cómo nos ayuda contemplarlo!
La oración es indispensable para nosotros, porque si dejamos el trato con Dios, nuestra vida espiritual languidece poco a poco. En cambio, la oración nos une a Dios, quien nos dice: Sin Mí, no podéis hacer nada (Juan 15, 5). Conviene orar perseverantemente (Lucas 18, 1), sin desfallecer nunca.
Hemos de hablar con Él y tratarle mucho, con insistencia, en todas las circunstancias de nuestra vida, sabiendo que verdaderamente Él nos ve y nos oye.
En la oración personal se habla con Dios como en la conversación que se tiene con un amigo, sabiéndolo presente, siempre atento a lo que decimos, oyéndonos y contestando. Es en esta conversación íntima, como la que ahora intentamos mantener con Dios, donde abrimos nuestra alma al Señor, para adorar, dar gracias, pedirle ayuda, para profundizar en las enseñanzas divinas.
Nunca puede ser una plegaria anónima, impersonal, perdida entre los demás, porque Dios, que ha redimido a cada hombre, desea mantener un diálogo con cada uno de ellos: un diálogo de una persona concreta con su Padre Dios.
Como ya se ha dicho: orar es hablar con Dios. Pero... ¿hablar de qué? De Él, de ti: alegrías, tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles, preocupaciones diarias... ¡flaquezas! agradecer y pedir. En dos palabras: conocerle y conocerte. En una palabra: ¡tratarse!
Hemos de poner los medios para hacer nuestra oración con recogimiento, luchando con decisión contra las distracciones, mortificando la imaginación y la memoria. En el lugar más adecuado según nuestras circunstancias; siempre que sea posible, ante el Señor en el Sagrario o en el Altar.
Nuestro Ángel Custodio nos ayudará; lo importante es no querer estar distraídos y no estarlo voluntariamente. Acudamos a la Virgen y a San José que pasaron largas horas mirando a Jesús, hablando con Él, tratándole con sencillez y veneración. Ellos nos enseñarán a hablar con Jesus.
Hemos de hablar con Él y tratarle mucho, con insistencia, en todas las circunstancias de nuestra vida, sabiendo que verdaderamente Él nos ve y nos oye.
En la oración personal se habla con Dios como en la conversación que se tiene con un amigo, sabiéndolo presente, siempre atento a lo que decimos, oyéndonos y contestando. Es en esta conversación íntima, como la que ahora intentamos mantener con Dios, donde abrimos nuestra alma al Señor, para adorar, dar gracias, pedirle ayuda, para profundizar en las enseñanzas divinas.
Nunca puede ser una plegaria anónima, impersonal, perdida entre los demás, porque Dios, que ha redimido a cada hombre, desea mantener un diálogo con cada uno de ellos: un diálogo de una persona concreta con su Padre Dios.
Como ya se ha dicho: orar es hablar con Dios. Pero... ¿hablar de qué? De Él, de ti: alegrías, tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles, preocupaciones diarias... ¡flaquezas! agradecer y pedir. En dos palabras: conocerle y conocerte. En una palabra: ¡tratarse!
Hemos de poner los medios para hacer nuestra oración con recogimiento, luchando con decisión contra las distracciones, mortificando la imaginación y la memoria. En el lugar más adecuado según nuestras circunstancias; siempre que sea posible, ante el Señor en el Sagrario o en el Altar.
Nuestro Ángel Custodio nos ayudará; lo importante es no querer estar distraídos y no estarlo voluntariamente. Acudamos a la Virgen y a San José que pasaron largas horas mirando a Jesús, hablando con Él, tratándole con sencillez y veneración. Ellos nos enseñarán a hablar con Jesus.
Natividad de la Virgen María
El nacimiento de la Virgen María es un anuncio del nacimiento de Jesús, el preludio de la Buena Nueva. La llegada de esta niña al hogar de san Joaquín y santa Ana significa para el mundo la verdadera esperanza y la aurora de la salvación.
Entre las fiestas con que la Iglesia honra a su Madre, es lógico que ocupe un lugar importante el recuerdo de su nacimiento. La llegada al mundo de la que habría de ser Madre de Dios, es un anuncio y un anticipo de la redención obrada por Jesucristo. Concebida sin mancha de pecado, María nace llena de gracia y de santidad.
Recordemos hoy también nosotros que hemos recibido de Dios una llamada a la santidad, a cumplir una misión concreta en el mundo. Además de la alegría que nos produce siempre el contemplar la plenitud de gracia y la belleza de Nuestra Señora, también debemos pensar que Dios nos da a cada uno las gracias necesarias y suficientes, para llevar a cabo nuestra vocación específica en medio del mundo. También hoy podemos considerar que es lógico que deseemos festejar el aniversario del propio nacimiento porque Dios quiso expresamente que naciéramos, y porque nos llamó a un destino eterno de felicidad y de amor.
No dejemos de festejar hoy a Nuestra Señora con esas delicadezas propias de los buenos hijos.
Oración
Concede, Señor, a tus hijos el don de tu gracia, para que, cuantos hemos recibido las primicias de la salvación por la maternidad de la Virgen María, consigamos aumento de paz en la fiesta de su nacimiento.
Amén.
Bendición del Hogar
Dios mío!, bendice mi casa, para que sea el hogar del amor y la paz.
Bendice, la puerta abierta como dos brazos extendidos que dan la bienvenida a mis invitados.
Bendice, las ventanas que dejan entrar el sol a raudales cada mañana, y por donde se asoman las estrellas del firmamento, que son luces de esperanza para la humanidad.
Bendice, los muros que nos defienden del viento, del frío, del calor, y que son nuestros amigos en las horas que pasamos en la casa.
Bendice, nuestra mesa, y los sitios de trabajo diario para que nos ayudes, y el lugar de reposo para que nos guardes del peligro.
Bendice, el techo que cobija los afanes de hoy, y los sueños de mañana, y que guarda para siempre entre los vivos, la memoria sagrada de los que se han ido al cielo.
Bendice, la luz de la casa, la madre, la fuerza, y el aliento..... el padre, y que sean benditos los hijos, luz de esperanza, y de sueños futuros.
Bendice, los sentimientos, las ternuras, el amor, los anhelos que florecerán en nuestras vidas cotidianas.
Bendice, nuestros pensamientos para que siempre sean puros, y las palabras para que sean rectas, y que nuestros actos en la tierra nos conduzcan a TÍ.
Bendice nuestras horas de paz y de silencio, para que fortalezcamos juntos nuestro espíritu, y este nos lleve puros hacia TÍ.
Bendice, nuestros dolores más profundos, y nuestras alegrías porque son el corazón de la familia.
¡SEÑOR!, QUÉDATE SIEMPRE CON NOSOTROS..... EN TU MORADA..... EN NUESTRA CASA!
Bendice, la puerta abierta como dos brazos extendidos que dan la bienvenida a mis invitados.
Bendice, las ventanas que dejan entrar el sol a raudales cada mañana, y por donde se asoman las estrellas del firmamento, que son luces de esperanza para la humanidad.
Bendice, los muros que nos defienden del viento, del frío, del calor, y que son nuestros amigos en las horas que pasamos en la casa.
Bendice, nuestra mesa, y los sitios de trabajo diario para que nos ayudes, y el lugar de reposo para que nos guardes del peligro.
Bendice, el techo que cobija los afanes de hoy, y los sueños de mañana, y que guarda para siempre entre los vivos, la memoria sagrada de los que se han ido al cielo.
Bendice, la luz de la casa, la madre, la fuerza, y el aliento..... el padre, y que sean benditos los hijos, luz de esperanza, y de sueños futuros.
Bendice, los sentimientos, las ternuras, el amor, los anhelos que florecerán en nuestras vidas cotidianas.
Bendice, nuestros pensamientos para que siempre sean puros, y las palabras para que sean rectas, y que nuestros actos en la tierra nos conduzcan a TÍ.
Bendice nuestras horas de paz y de silencio, para que fortalezcamos juntos nuestro espíritu, y este nos lleve puros hacia TÍ.
Bendice, nuestros dolores más profundos, y nuestras alegrías porque son el corazón de la familia.
¡SEÑOR!, QUÉDATE SIEMPRE CON NOSOTROS..... EN TU MORADA..... EN NUESTRA CASA!
Bendición del Hogar"
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¡Dios mío!, bendice mi casa, para que sea el hogar del amor y la paz. Bendice, la puerta abierta como dos brazos extendidos que dan la bienvenida a mis invitados. Bendice, las ventanas que dejan entrar el sol a raudales cada mañana, y por donde se asoman las estrellas del firmamento, que son luces de esperanza para la humanidad. Bendice, los muros que nos defienden del viento, del frío, del calor, y que son nuestros amigos en las horas que pasamos en la casa. Bendice, nuestra mesa, y los sitios de trabajo diario para que nos ayudes, y el lugar de reposo para que nos guardes del peligro. Bendice, el techo que cobija los afanes de hoy, y los sueños de mañana, y que guarda para siempre entre los vivos, la memoria sagrada de los que se han ido al cielo. Bendice, la luz de la casa, la madre, la fuerza, y el aliento..... el padre, y que sean benditos los hijos, luz de esperanza, y de sueños futuros. Bendice, los sentimientos, las ternuras, el amor, los anhelos que florecerán en nuestras vidas cotidianas. Bendice, nuestros pensamientos para que siempre sean puros, y las palabras para que sean rectas, y que nuestros actos en la tierra nos conduzcan a TÍ. Bendice nuestras horas de paz y de silencio, para que fortalezcamos juntos nuestro espíritu, y este nos lleve puros hacia TÍ. Bendice, nuestros dolores más profundos, y nuestras alegrías porque son el corazón de la familia. ¡SEÑOR!, QUÉDATE SIEMPRE CON NOSOTROS..... EN TU MORADA..... EN NUESTRA CASA! |
El propósito de Dios
Habia una vez un campesino chino, pobre pero sabio, que trabajaba la tierra duramente con su hijo.
Un dia el hijo le dijo: Padre, que desgracia! Se nos ha ido el caballo. ¿Por que le llamas desgracia? respondio el padre, veremos lo que trae el tiempo...
A los pocos dias el caballo regreso, acompanado de otro caballo. ¡Padre, que suerte! exclamo esta vez el muchacho. Nuestro caballo ha traido otro caballo. -¿Por que le llamas suerte? - repuso el padre - Veamos que nos trae el tiempo.
En unos cuantos dias mas, el muchacho quiso montar el caballo nuevo, y este, no acostumbrado al jinete, se encabrito y lo arrojo al suelo. El muchacho se quebro una pierna. -Padre, que desgracia! - exclamo ahora el muchacho -. Me he quebrado la pierna! Y el padre, retomando su experiencia y sabiduria, sentencio: -Por que le llamas desgracia? Veamos lo que trae el tiempo!
El muchacho no se convencia de la filosofia del padre, sino que gimoteaba en su cama.
Pocos dias despues pasaron por la aldea los enviados del rey, buscando jovenes para llevarselos a la guerra. Vinieron a la casa del anciano, pero como vieron al joven con su pierna entablillada, lo dejaron y siguieron de largo. El joven comprendio entonces que nunca hay que dar ni la desgracia ni la fortuna como absolutas, sino que siempre hay que darle tiempo al tiempo, para ver si algo es malo o bueno.
Lo mejor es esperar, pero sobre todo confiar en DIOS, porque todo sucede con un propósito positivo para nuestras vidas de acuerdo a su plan infinito..... Gloria a Dios!!!
Un dia el hijo le dijo: Padre, que desgracia! Se nos ha ido el caballo. ¿Por que le llamas desgracia? respondio el padre, veremos lo que trae el tiempo...
A los pocos dias el caballo regreso, acompanado de otro caballo. ¡Padre, que suerte! exclamo esta vez el muchacho. Nuestro caballo ha traido otro caballo. -¿Por que le llamas suerte? - repuso el padre - Veamos que nos trae el tiempo.
En unos cuantos dias mas, el muchacho quiso montar el caballo nuevo, y este, no acostumbrado al jinete, se encabrito y lo arrojo al suelo. El muchacho se quebro una pierna. -Padre, que desgracia! - exclamo ahora el muchacho -. Me he quebrado la pierna! Y el padre, retomando su experiencia y sabiduria, sentencio: -Por que le llamas desgracia? Veamos lo que trae el tiempo!
El muchacho no se convencia de la filosofia del padre, sino que gimoteaba en su cama.
Pocos dias despues pasaron por la aldea los enviados del rey, buscando jovenes para llevarselos a la guerra. Vinieron a la casa del anciano, pero como vieron al joven con su pierna entablillada, lo dejaron y siguieron de largo. El joven comprendio entonces que nunca hay que dar ni la desgracia ni la fortuna como absolutas, sino que siempre hay que darle tiempo al tiempo, para ver si algo es malo o bueno.
Lo mejor es esperar, pero sobre todo confiar en DIOS, porque todo sucede con un propósito positivo para nuestras vidas de acuerdo a su plan infinito..... Gloria a Dios!!!
LA FAMILIA
La familia es el laboratorio en el cual aprendemos a ser persona. Por eso es tan importante que una y otra vez reflexionemos sobre ella y tratemos de comprender su situación y lo que tenemos que hacer para que pueda cumplir mejor ese rol en la sociedad. Creo que una familia debe girar en torno a 4 ejes fundamentales:
1. Amor: Es la razón de ser de la familia. Ella se crea por amor y se define desde el amor. No es una reunión cualquiera de seres, es la reunión de seres que se aman y que están interesados el uno en el otro porque tienen claro que la felicidad de cada uno está determinada por la felicidad de los otros. Se necesita que este amor sea explicito. Esto es, que esté expresado en palabras, en actitudes, en acciones diarias. Muchas familias se han olivado que es el amor lo que las tiene que caracterizar, se les ha olvidado vivir de cara al otro. Sin indiferencias, sin desprecios, sin rencores. Buscando que el otro sea feliz. Cuando alguien que comienza su proceso de crecimiento –como un niño- no encuentra el amor como el espacio característico corre el riesgo de quedarse sin aprender a amar y a dejarse amar. Pero cuando alguien en el ocaso de su vida –como puede ser la situación de una persona mayor- no encuentra relaciones de amor en su familia podría terminar solo y amargado, porque sin amor nadie puede vivir. Insisto en que no es un amor nominal, es una experiencia viva y contundente. Es un darse por el otro, es un hacerle sentir al otro que es importante y que cuenta.
2. Tolerancia: La familia está marcada por la diferencia. En ella convivimos seres de diferentes características físicas, emocionales, espirituales, sociales. No somos iguales al interior de la familia. Convivimos adultos mayores, adultos, adolescentes, niños. Todos tratando de respetarnos, amarnos y aceptarnos tal cual somos. La tolerancia no se puede entender como indiferencia, como un no me meto con el otro, sino que tiene que ser vivida como un amar desde la realidad, como una comunicarnos desde lo que somos, como un compartir espacios desde los límites y las posibilidades que el ser diferentes nos da. Respetamos los roles que cada uno tiene que en la comunidad familiar. Se valora y se comprende la autoridad modélica de los padres, el querer aprender a toda carrera de los hijos, la sabiduría de los mayores. Se sabe que cada uno en la etapa cronológica y existencial en la que está tiene mucho que aportar al desarrollo familiar.
3. Disciplina: Los seres humanos para poder vivir con otros tenemos que aprender a vivir los límites y las obligaciones que tenemos con los demás y con nosotros mismos. Darnos cuenta que nos nuestras acciones tienen consecuencias y que somos irremplazables al asumirlas es una de las experiencias en las que el hogar nos aportarà mucho. Sacrificarnos, luchar, esforzarnos, saber medir y controlar nuestras emociones lo aprenderemos en la interrelación familiar. Es muy difícil que quien no haya aprendido a respetar la autoridad paterna pueda cumplir las leyes sin problemas. Sin en la familia se priva a los hijos de hacerles vivir en disciplina se les ayuda a crear un mundo irreal en el cual solo podrán vivir con psicopatologías o enfermedades psíquicas y emocionales. El mundo está marcado por el dolor y la tristeza y ellas las aprendemos a afrontar cuando en la familia se nos disciplina también.
4. Espiritualidad: El hombres sin espiritualidad es un ser incompleto. Tenemos que aprender y encontrar lo que es esencial al hombre y no pasa por lo útil, por lo valioso y material. Tenemos ir más allá de lo que podemos tocar, pesar, ver. Esa experiencia existencial sólo se puede vivir en casa. No se imaginan lo que sufro como predicador o formador de jóvenes cuando trato de propiciarles experiencias espirituales a jóvenes que pertenecen a familias que adora en el templo de los centros comerciales al dios venta-compra y que creen que el sentido de la vida se agota en la chequera, la tarjeta de crédito o los billetes que tengan. Es muy complicado que alguien que no ha visto que sus padres comprendan que el sentido trasciende lo histórico pueda gozar un rito o un momento de encuentro con el absoluto. Es en la familia dónde lo espiritual tiene que forjarse. El problema es que las familias de hoy desprecian esta dimensión y por eso más tarde –algunas veces muy tarde- la buscan de rodillas.
Esas son las familias que tenemos que formar. Desde estos ejes se despliega todo lo demás. Si no fortalecemos las familias les aseguro que vamos a asistir a la degradación del ser humano. Les bendigo y los invito a reflexionar en torno a sus familias.
1. Amor: Es la razón de ser de la familia. Ella se crea por amor y se define desde el amor. No es una reunión cualquiera de seres, es la reunión de seres que se aman y que están interesados el uno en el otro porque tienen claro que la felicidad de cada uno está determinada por la felicidad de los otros. Se necesita que este amor sea explicito. Esto es, que esté expresado en palabras, en actitudes, en acciones diarias. Muchas familias se han olivado que es el amor lo que las tiene que caracterizar, se les ha olvidado vivir de cara al otro. Sin indiferencias, sin desprecios, sin rencores. Buscando que el otro sea feliz. Cuando alguien que comienza su proceso de crecimiento –como un niño- no encuentra el amor como el espacio característico corre el riesgo de quedarse sin aprender a amar y a dejarse amar. Pero cuando alguien en el ocaso de su vida –como puede ser la situación de una persona mayor- no encuentra relaciones de amor en su familia podría terminar solo y amargado, porque sin amor nadie puede vivir. Insisto en que no es un amor nominal, es una experiencia viva y contundente. Es un darse por el otro, es un hacerle sentir al otro que es importante y que cuenta.
2. Tolerancia: La familia está marcada por la diferencia. En ella convivimos seres de diferentes características físicas, emocionales, espirituales, sociales. No somos iguales al interior de la familia. Convivimos adultos mayores, adultos, adolescentes, niños. Todos tratando de respetarnos, amarnos y aceptarnos tal cual somos. La tolerancia no se puede entender como indiferencia, como un no me meto con el otro, sino que tiene que ser vivida como un amar desde la realidad, como una comunicarnos desde lo que somos, como un compartir espacios desde los límites y las posibilidades que el ser diferentes nos da. Respetamos los roles que cada uno tiene que en la comunidad familiar. Se valora y se comprende la autoridad modélica de los padres, el querer aprender a toda carrera de los hijos, la sabiduría de los mayores. Se sabe que cada uno en la etapa cronológica y existencial en la que está tiene mucho que aportar al desarrollo familiar.
3. Disciplina: Los seres humanos para poder vivir con otros tenemos que aprender a vivir los límites y las obligaciones que tenemos con los demás y con nosotros mismos. Darnos cuenta que nos nuestras acciones tienen consecuencias y que somos irremplazables al asumirlas es una de las experiencias en las que el hogar nos aportarà mucho. Sacrificarnos, luchar, esforzarnos, saber medir y controlar nuestras emociones lo aprenderemos en la interrelación familiar. Es muy difícil que quien no haya aprendido a respetar la autoridad paterna pueda cumplir las leyes sin problemas. Sin en la familia se priva a los hijos de hacerles vivir en disciplina se les ayuda a crear un mundo irreal en el cual solo podrán vivir con psicopatologías o enfermedades psíquicas y emocionales. El mundo está marcado por el dolor y la tristeza y ellas las aprendemos a afrontar cuando en la familia se nos disciplina también.
4. Espiritualidad: El hombres sin espiritualidad es un ser incompleto. Tenemos que aprender y encontrar lo que es esencial al hombre y no pasa por lo útil, por lo valioso y material. Tenemos ir más allá de lo que podemos tocar, pesar, ver. Esa experiencia existencial sólo se puede vivir en casa. No se imaginan lo que sufro como predicador o formador de jóvenes cuando trato de propiciarles experiencias espirituales a jóvenes que pertenecen a familias que adora en el templo de los centros comerciales al dios venta-compra y que creen que el sentido de la vida se agota en la chequera, la tarjeta de crédito o los billetes que tengan. Es muy complicado que alguien que no ha visto que sus padres comprendan que el sentido trasciende lo histórico pueda gozar un rito o un momento de encuentro con el absoluto. Es en la familia dónde lo espiritual tiene que forjarse. El problema es que las familias de hoy desprecian esta dimensión y por eso más tarde –algunas veces muy tarde- la buscan de rodillas.
Esas son las familias que tenemos que formar. Desde estos ejes se despliega todo lo demás. Si no fortalecemos las familias les aseguro que vamos a asistir a la degradación del ser humano. Les bendigo y los invito a reflexionar en torno a sus familias.
El poder de la oración
Gabriela Louise Redden, una mujer pobremente vestida y con una expresión de derrota en el rostro, entró en una tienda de abarrotes. Se acercó al dueño de la tienda, y de una forma muy humilde le preguntó si podía fiarle algunas cosas.
Hablando suavemente, explicó que su marido estaba muy enfermo y no podía trabajar, que tenían 7 hijos, y que necesitaban comida. John Longhouse, el abarrotero, se mofó de ella y le pidió que saliera de la tienda. Visualizando las necesidades de su familia, la mujer le dijo: "Por favor señor, le traeré el dinero tan pronto como pueda." John le dijo que no podía darle crédito, ya que no tenía cuenta con la tienda.
Junto al mostrador había un cliente que oyó la conversación. El cliente se acercó al mostrador y le dijo al abarrotero que él respondería por lo que necesitara la mujer para su familia. El abarrotero, no muy contento con lo que pasaba, le preguntó de mala gana a la señora si tenía una lista. Louise respondió: "¡Sí señor!". "Está bien," le dijo el tendero, "ponga su lista en la balanza, y lo que pese la lista, eso le daré en mercancía."
Louise pensó un momento con la cabeza baja, y después sacó una hoja de papel de su bolso y escribió algo en ella. Después puso la hoja de papel cuidadosamente sobre la balanza, todo esto con la cabeza baja. Los ojos del tendero se abrieron de asombro, al igual que los del cliente, cuando el plato de la balanza bajó hasta el mostrador y se mantuvo abajo. El tendero, mirando fijamente la balanza, se volvió hacia el cliente y le dijo: "¡No puedo creerlo!".
El cliente sonrió mientras el abarrotero empezó a poner la mercancía en el otro plato de la balanza. La balanza no se movía, así que siguió llenando el plato hasta que ya no cupo más. El tendero vio lo que había puesto, completamente disgustado. Finalmente, quitó la lista del plato y la vio con mayor asombro.
No era una lista de mercancía. Era una oración que decía: "Señor mío, tú sabes mis necesidades, y las pongo en tus manos".
El tendero le dio las cosas que se habían juntado y se quedó de pie, frente a la balanza, atónito y en silencio. Louise le dio las gracias y salió de la tienda. El cliente le dio a John un billete de 50 dólares y le dijo: "Realmente valió cada centavo" Fue un tiempo después que John Longhouse descubrió que la balanza estaba rota.
Hablando suavemente, explicó que su marido estaba muy enfermo y no podía trabajar, que tenían 7 hijos, y que necesitaban comida. John Longhouse, el abarrotero, se mofó de ella y le pidió que saliera de la tienda. Visualizando las necesidades de su familia, la mujer le dijo: "Por favor señor, le traeré el dinero tan pronto como pueda." John le dijo que no podía darle crédito, ya que no tenía cuenta con la tienda.
Junto al mostrador había un cliente que oyó la conversación. El cliente se acercó al mostrador y le dijo al abarrotero que él respondería por lo que necesitara la mujer para su familia. El abarrotero, no muy contento con lo que pasaba, le preguntó de mala gana a la señora si tenía una lista. Louise respondió: "¡Sí señor!". "Está bien," le dijo el tendero, "ponga su lista en la balanza, y lo que pese la lista, eso le daré en mercancía."
Louise pensó un momento con la cabeza baja, y después sacó una hoja de papel de su bolso y escribió algo en ella. Después puso la hoja de papel cuidadosamente sobre la balanza, todo esto con la cabeza baja. Los ojos del tendero se abrieron de asombro, al igual que los del cliente, cuando el plato de la balanza bajó hasta el mostrador y se mantuvo abajo. El tendero, mirando fijamente la balanza, se volvió hacia el cliente y le dijo: "¡No puedo creerlo!".
El cliente sonrió mientras el abarrotero empezó a poner la mercancía en el otro plato de la balanza. La balanza no se movía, así que siguió llenando el plato hasta que ya no cupo más. El tendero vio lo que había puesto, completamente disgustado. Finalmente, quitó la lista del plato y la vio con mayor asombro.
No era una lista de mercancía. Era una oración que decía: "Señor mío, tú sabes mis necesidades, y las pongo en tus manos".
El tendero le dio las cosas que se habían juntado y se quedó de pie, frente a la balanza, atónito y en silencio. Louise le dio las gracias y salió de la tienda. El cliente le dio a John un billete de 50 dólares y le dijo: "Realmente valió cada centavo" Fue un tiempo después que John Longhouse descubrió que la balanza estaba rota.
LO QUE VALEMOS PARA DIOS
"Un hombre sencillo vivía en la costa. No había nada que le gustaba mas que navegar. Cada minuto libre lo aprovechaba para salir al mar. Tenía buenos conocimientos acerca de viento y tiempo, nudos y pesca. Un día llevó consigo a su hijo de 10 años y a su amigo de la misma edad a navegar. Habiendo un tiempo fantástico salieron al mar. Repentinamente se alzó un fuerte temporal, embistiendo violentamente contra el velero. Lejos de la salvadora costa la embarcación comenzó a hundirse y el hombre y los dos niños cayeron al mar. Lo único que el hombre pudo llevar consigo fue una cuerda. Un ola lo llevó hacia una boya, donde logró sostenerse. A cierta distancia los niños iban a la deriva. Pero él con la cuerda solamente podía salvar a uno de ellos. Él sabía que su hijo conocía a Jesucristo y lo amaba. También sabía que el amigo de su hijo no era cristiano. Que haría? Un terrible dolor debía de haberle roto el corazón. Le gritó a su hijo: 'Te amo' y le arrojó la cuerda a su amigo, quién fue salvado. El cadáver de su hijo jamás fue hallado.
Eso lo ha hecho Dios por nosotros, Él nos ha arrojado la cuerda, para salvarnos, y ha dejado morir a Su Hijo en nuestro lugar."
Corpus Christi
Señor Jesús:
Nos presentamos ante ti sabiendo que nos llamas y que nos amas tal como somos.
"Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Hijo de Dios" (Jn. 6,69).
Tu presencia en la Eucaristía ha comenzado con el sacrificio de la última cena y continúa como comunión y donación de todo lo que eres.
Aumenta nuestra FE.
Por medio de ti y en el Espíritu Santo que nos comunicas, queremos llegar al Padre para decirle nuestro SÍ unido al tuyo.
Contigo ya podemos decir: Padre nuestro.
Siguiéndote a ti, "camino, verdad y vida", queremos penetrar en el aparente "silencio" y "ausencia" de Dios, rasgando la nube del Tabor para escuchar la voz del Padre que nos dice: "Este es mi Hijo amado, en quien tengo mi complacencia: Escuchadlo" (Mt. 17,5).
Con esta FE, hecha de escucha contemplativa, sabremos iluminar nuestras situaciones personales, así como los diversos sectores de la vida familiar y social.
Tú eres nuestra ESPERANZA, nuestra paz, nuestro mediador, hermano y amigo.
Nuestro corazón se llena de gozo y de esperanza al saber que vives "siempre intercediendo por nosotros" (Heb. 7,25).
Nuestra esperanza se traduce en confianza, gozo de Pascua y camino apresurado contigo hacia el Padre.
Queremos sentir como tú y valorar las cosas como las valoras tú. Porque tú eres el centro, el principio y el fin de todo.
Apoyados en esta ESPERANZA, queremos infundir en el mundo esta escala de valores evangélicos por la que Dios y sus dones salvíficos ocupan el primer lugar en el corazón y en las actitudes de la vida concreta.
Queremos AMAR COMO TÚ, que das la vida y te comunicas con todo lo que eres.
Quisiéramos decir como San Pablo: "Mi vida es Cristo" (Flp. 1,21).
Nuestra vida no tiene sentido sin ti.
Queremos aprender a "estar con quien sabemos nos ama", porque "con tan buen amigo presente todo se puede sufrir". En ti aprenderemos a unirnos a la voluntad del Padre, porque en la oración "el amor es el que habla" (Sta. Teresa).
Entrando en tu intimidad, queremos adoptar determinaciones y actitudes básicas, decisiones duraderas, opciones fundamentales según nuestra propia vocación cristiana.
CREYENDO, ESPERANDO Y AMANDO, TE ADORAMOS con una actitud sencilla de presencia, silencio y espera, que quiere ser también reparación, como respuesta a tus palabras: "Quedaos aquí y velad conmigo" (Mt. 26,38).
Tú superas la pobreza de nuestros pensamientos, sentimientos y palabras; por eso queremos aprender a adorar admirando el misterio, amándolo tal como es, y callando con un silencio de amigo y con una presencia de donación.
El Espíritu Santo que has infundido en nuestros corazones nos ayuda a decir esos "gemidos inenarrables" (Rom. 8,26) que se traducen en actitud agradecida y sencilla, y en el gesto filial de quien ya se contenta con sola tu presencia, tu amor y tu palabra.
En nuestras noches físicas y morales, si tú estás presente, y nos amas, y nos hablas, ya nos basta, aunque muchas veces no sentiremos la consolación.
Aprendiendo este más allá de la ADORACIÓN, estaremos en tu intimidad o "misterio".
Entonces nuestra oración se convertirá en respeto hacia el "misterio" de cada hermano y de cada acontecimiento para insertarnos en nuestro ambiente familiar y social y construir la historia con este silencio activo y fecundo que nace de la contemplación.
Gracias a ti, nuestra capacidad de silencio y de adoración se convertirá en capacidad de AMAR y de SERVIR.
Nos has dado a tu Madre como nuestra para que nos enseñe a meditar y adorar en el corazón. Ella, recibiendo la Palabra y poniéndola en práctica, se hizo la más perfecta Madre.
Ayúdanos a ser tu Iglesia misionera, que sabe meditar adorando y amando tu Palabra, para transformarla en vida y comunicarla a todos los hermanos.
Amén.
Juan Pablo II
Santisima Trinidad
El misterio de la Santísima Trinidad -Un sólo Dios en tres Personas distintas-, es el misterio central de la fe y de la vida cristiana, pues es el misterio de Dios en Sí mismo.
Aunque es un dogma difícil de entender, fue el primero que entendieron los Apóstoles. Después de la Resurrección, comprendieron que Jesús era el Salvador enviado por el Padre. Y, cuando experimentaron la acción del Espíritu Santo dentro de sus corazones en Pentecostés, comprendieron que el único Dios era Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Los católicos creemos que la Trinidad es Una. No creemos en tres dioses, sino en un sólo Dios en tres Personas distintas. No es que Dios esté dividido en tres, pues cada una de las tres Personas es enteramente Dios.
Padre, Hijo y Espíritu Santo tienen la misma naturaleza, la misma divinidad, la misma eternidad, el mismo poder, la misma perfección; son un sólo Dios. Además, sabemos que cada una de las Personas de la Santísima Trinidad está totalmente contenida en las otras dos, pues hay una comunión perfecta entre ellas.
Con todo, las personas de la Santísima Trinidad son distintas entre sí, dada la diversidad de su misión: Dios Hijo-por quien son todas las cosas- es enviado por Dios Padre, es nuestro Salvador. Dios Espíritu Santo-en quien son todas las cosas- es el enviado por el Padre y por el Hijo, es nuestro Santificador.
Lo vemos claramente en la Creación, en la Encarnación y en Pentecostés
En la Creación, Dios Padre está como principio de todo lo que existe.
En la Encarnación, Dios se encarna, por amor a nosotros, en Jesús, para liberarnos del pecado y llevarnos a la vida eterna.
En Pentecostés, el Padre y el Hijo se hacen presentes en la vida del hombre en la Persona del Espíritu santo, cuya misión es santificarnos, iluminándonos y ayudándonos con sus dones a alcanzar la vida eterna.
Para explicar este gran misterio, existen ciertos símbolos que son entendibles a nuestra razón: La Santísima Trinidad es simbolizada como un triángulo.
Cada uno de los vértices es parte del mismo triángulo y sin embargo cada uno es distinto
También podemos simbolizar a la Santísima Trinidad como una vela encendida: La vela en sí misma simboliza al Padre, la cera que escurre es el Hijo, que procede del Padre y la llama encendida es el Espíritu Santo. Los tres son "vela", pero son distintos entre sí. Hay quienes simbolizan a la Santísima Trinidad en forma de trébol. Cada una de las hojas es "trébol" pero son distintas entre sí.
¿Que hacemos al persignarnos? "En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" Es costumbre de los católicos repetir frecuentemente estas palabras, principalmente al principio y al fin de nuestras acciones.
Cada vez que hacemos la Señal de la Cruz sobre nuestro cuerpo, recordamos el misterio de la Santísima Trinidad.
- En el nombre del Padre: Ponemos la mano sobre la frente, señalando el cerebro que controla todo nuestro cuerpo, recordando en forma simbólica que Dios es la fuente de nuestra vida.
-...y del Hijo: Colocamos la mano en el pecho, donde está el corazón, que simboliza al amor. Recordamos con ello que por amor a los hombres, Jesucristo se encarnó, murió y resucitó para librarnos del pecado y llevarnos a la vida eterna.
-...Y del Espíritu Santo: Colocamos la mano en el hombre izquierdo y luego en el derecho, recordando que el Espíritu Santo nos ayuda a cargar con el peso de nuestra vida, el que nos ilumina y nos da la gracia para vivir de acuerdo a los mandatos de Jesucristo.
Algunas personas argumentan que no es verdad porque no podemos entender el misterio de la Santísima Trinidad a través de la razón. Esto es cierto, no podemos entenderlo con la sola razón, necesitamos de la fe ya que se trata de un misterio. Es un misterio hermoso en el que Dios nos envía a su Hijo para salvarnos.
El misterio de la Santísima Trinidad -Un sólo Dios en tres Personas distintas-, es el misterio central de la fe y de la vida cristiana, pues es el misterio de Dios en Sí mismo.
Aunque es un dogma difícil de entender, fue el primero que entendieron los Apóstoles. Después de la Resurrección, comprendieron que Jesús era el Salvador enviado por el Padre. Y, cuando experimentaron la acción del Espíritu Santo dentro de sus corazones en Pentecostés, comprendieron que el único Dios era Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Los católicos creemos que la Trinidad es Una. No creemos en tres dioses, sino en un sólo Dios en tres Personas distintas. No es que Dios esté dividido en tres, pues cada una de las tres Personas es enteramente Dios.
Padre, Hijo y Espíritu Santo tienen la misma naturaleza, la misma divinidad, la misma eternidad, el mismo poder, la misma perfección; son un sólo Dios. Además, sabemos que cada una de las Personas de la Santísima Trinidad está totalmente contenida en las otras dos, pues hay una comunión perfecta entre ellas.
Con todo, las personas de la Santísima Trinidad son distintas entre sí, dada la diversidad de su misión: Dios Hijo-por quien son todas las cosas- es enviado por Dios Padre, es nuestro Salvador. Dios Espíritu Santo-en quien son todas las cosas- es el enviado por el Padre y por el Hijo, es nuestro Santificador.
Lo vemos claramente en la Creación, en la Encarnación y en Pentecostés
En la Creación, Dios Padre está como principio de todo lo que existe.
En la Encarnación, Dios se encarna, por amor a nosotros, en Jesús, para liberarnos del pecado y llevarnos a la vida eterna.
En Pentecostés, el Padre y el Hijo se hacen presentes en la vida del hombre en la Persona del Espíritu santo, cuya misión es santificarnos, iluminándonos y ayudándonos con sus dones a alcanzar la vida eterna.
Para explicar este gran misterio, existen ciertos símbolos que son entendibles a nuestra razón: La Santísima Trinidad es simbolizada como un triángulo.
Cada uno de los vértices es parte del mismo triángulo y sin embargo cada uno es distinto
También podemos simbolizar a la Santísima Trinidad como una vela encendida: La vela en sí misma simboliza al Padre, la cera que escurre es el Hijo, que procede del Padre y la llama encendida es el Espíritu Santo. Los tres son "vela", pero son distintos entre sí. Hay quienes simbolizan a la Santísima Trinidad en forma de trébol. Cada una de las hojas es "trébol" pero son distintas entre sí.
¿Que hacemos al persignarnos? "En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" Es costumbre de los católicos repetir frecuentemente estas palabras, principalmente al principio y al fin de nuestras acciones.
Cada vez que hacemos la Señal de la Cruz sobre nuestro cuerpo, recordamos el misterio de la Santísima Trinidad.
- En el nombre del Padre: Ponemos la mano sobre la frente, señalando el cerebro que controla todo nuestro cuerpo, recordando en forma simbólica que Dios es la fuente de nuestra vida.
-...y del Hijo: Colocamos la mano en el pecho, donde está el corazón, que simboliza al amor. Recordamos con ello que por amor a los hombres, Jesucristo se encarnó, murió y resucitó para librarnos del pecado y llevarnos a la vida eterna.
-...Y del Espíritu Santo: Colocamos la mano en el hombre izquierdo y luego en el derecho, recordando que el Espíritu Santo nos ayuda a cargar con el peso de nuestra vida, el que nos ilumina y nos da la gracia para vivir de acuerdo a los mandatos de Jesucristo.
Algunas personas argumentan que no es verdad porque no podemos entender el misterio de la Santísima Trinidad a través de la razón. Esto es cierto, no podemos entenderlo con la sola razón, necesitamos de la fe ya que se trata de un misterio. Es un misterio hermoso en el que Dios nos envía a su Hijo para salvarnos.
La Ascensión del Señor
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Tener fe es ACEPTAR los designios de Dios aunque no los entendamos, aunque no nos gusten. Si tuviéramos la capacidad de ver el fin desde el principio tal como Él lo ve, entonces podríamos saber por qué a veces conduce nuestra vida por sendas extrañas y contrarias a nuestra razón y a nuestros deseos.
Tener fe es DAR cuando no tenemos, cuando nosotros mismos necesitamos. La fe siempre saca algo valioso de lo aparentemente inexistente; puede hacer que brille el tesoro de la generosidad en medio de la pobreza y el desamparo, llenando de gratitud al que recibe y al que da.
Tener fe es CREER cuando resulta más fácil recurrir a la duda. Si la llama de la confianza en algo mejor se extingue en nosotros, entonces ya no queda más remedio que entregarse al desánimo. La creencia en nuestras bondades, posibilidades y talentos, tanto como en los de nuestros semejantes, es la energía que mueve la vida hacia grandes derroteros.
Tener fe es GUIAR nuestra vida no con la vista, sino con el corazón. La razón necesita muchas evidencias para arriesgarse, el corazón necesita sólo un rayo de esperanza. Las cosas más bellas y grandes que la vida nos regala no se pueden ver, ni siquiera palpar, sólo se pueden acariciar con el espíritu.
Tener fe es LEVANTARSE cuando se ha caído. Los reveses y fracasos en cualquier área de la vida nos entristecen, pero es más triste quedarse lamentándose en el frío suelo de la autocompasión, atrapado por la frustración y la amargura.
Tener fe es ARRIESGAR todo a cambio de un sueño, de un amor, de un ideal. Nada de lo que merece la pena en esta vida puede lograrse sin esa dosis de sacrificio que implica desprenderse de algo o de alguien, a fin de adquirir eso que mejore nuestro propio mundo y el de los demás.
Tener fe es VER positivamente hacia adelante, no importa cuán incierto parezca el futuro o cuan doloroso el pasado. Quien tiene fe hace del hoy un fundamento del mañana y trata de vivirlo de tal manera que cuando sea parte de su pasado, pueda verlo como un grato recuerdo.
Tener fe es CONFIAR, pero confiar no sólo en las cosas, sino en lo que es más importante... en las personas. Muchos confían en lo material, pero viven relaciones huecas con sus semejantes.
Cierto que siempre habrá gente que te lastime y traicione tu confianza, así que lo que tienes que hacer es seguir confiando y sólo ser más cuidadoso con aquél en quien confías dos veces.
Tener fe es BUSCAR lo imposible: sonreír cuando tus días se encuentran nublados y tus ojos se han secado de tanto llorar.
Tener fe es no dejar nunca de desnudar tus labios con una sonrisa, ni siquiera cuando estés triste, porque nunca sabes cuando tu sonrisa puede dar luz y esperanza a la vida de alguien que se encuentre en peor situación que la tuya.
Tener fe es CONDUCIRSE por los caminos de la vida de la forma en que un niño toma la mano de su padre. Es que dejemos nuestros problemas en manos de DIOS y nos arrojemos a sus brazos antes que al abismo de la desesperación. Fe es que descansemos en Él para que nos cargue, en vez de cargar nosotros nuestra propia colección de problemas.
QUE EN TU VIDA HAYA SUFICIENTE FE PARA AFRONTAR LAS SITUACIONES DIFÍCILES, JUNTO CON LA NECESARIA HUMILDAD PARA ACEPTAR LO QUE NO SE PUEDA CAMBIAR.
JESÚS ES EL BUEN PASTOR
Nos disponemos a profundizar en unas de las páginas más bellas y entrañables de los Evangelios: Las que nos presentan a Jesús como el Buen Pastor y a nosotros como ovejas de su rebaño. Es un tema que ha alimentado la fe y la devoción de los cristianos a lo largo de los siglos. Los primeros cristianos no se atrevían a pintar a Jesús crucificado; sin embargo, en las pinturas de las catacumbas y en los sarcófagos paleocristianos es muy común encontrar representaciones de Jesucristo con una oveja sobre sus hombros. Los presbiterios de las antiguas Basílicas suelen estar decorados con mosaicos que representan dos filas de ovejas acercándose a beber de una fuente. La imagen de Jesús Pastor es tan rica, que nos ayuda a comprender su identidad, su misión y su relación con el Padre y con nosotros.
El nombre de Jesús, en hebreo, significa «Salvador». Así le llamó el ángel cuando se apareció, en sueños, a S. José: «Le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de los pecados» (Mateo 1, 21). Él sabía que éramos pecadores y que le íbamos a tratar mal. A pesar de todo, su amor por nosotros era tan grande, que quiso dejar el Cielo y venir a nuestro encuentro para traernos la salvación y la plenitud de la vida eterna. No lo hizo porque nosotros éramos buenos o lo merecíamos, sino sólo por su generosa bondad, por su amor gratuito, en el momento en que Él lo creyó oportuno: «Al llegar la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a todos los que estábamos sometidos a la ley y para hacernos hijos de Dios... Ha enviado a nuestros corazones el Espíritu que clama "Abba", esto es: "Padre". Y si somos hijos, somos también herederos» (Gálatas 4, 4ss). Jesús no se quedó esperando a que nosotros fuéramos a su encuentro, sino que Él mismo se puso en camino para buscarnos; por eso se hizo amigo de los pecadores, comía con ellos y les anunciaba el Evangelio (la Buena Noticia) del amor y de la misericordia. Esto agradaba a la gente sencilla, que le escuchaba con gozo, y provocaba rechazo en los corazones orgullosos y complicados.
Cuando sus adversarios le acusan de ser amigo de pecadores, les habla del amor de Dios y de su solicitud por cada uno de nosotros, usando la imagen del pastor que sale en busca de la oveja perdida: «¿Quién de vosotros, si tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja a las otras noventa y nueve en el desierto, y va en busca de la que se le ha perdido, hasta encontrarla? Y, cuando da con ella, se la echa a los hombros lleno de alegría y, cuando llega a casa, reune a sus amigos y les dice: Alegraos conmigo, que ya he encontrado la oveja que se me había perdido. Os digo que igualmente habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierte, que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de conversión» (Lucas 15, 4-7). La parábola comienza con una referencia a la vida cotidiana, en forma de pregunta (como muchas otras parábolas de Jesús), para hacernos reflexionar e invitarnos a dar una respuesta personal. Sus oyentes saben que el pastor actúa tal como dice Jesús. No está hablando de un asalariado ni de un millonario, sino de un pastor que no tiene criados, que cuida él mismo de su propio rebaño, el cuál constituye toda su hacienda. Cada animal es importante para él y no puede permitirse perder ni uno solo. Ninguno le es indiferente. Que le queden noventa y nueve no le resarce de la pérdida de uno. Así que, si se extravía una oveja, va corriendo de un sitio para otro y no descansa hasta que la encuentra. Atraviesa valles y montañas, sin ahorrarse esfuerzos ni fatigas. Cuando la halla, cura las heridas de la oveja recobrada, sacia su hambre y su sed y, para que no perezca por la fatiga, la carga sobre sus hombros y reemprende la marcha hasta que la devuelve sana y salva al redil. Su alegría es tan grande que no se la puede guardar y la comparte con sus amigos: «Alegraos conmigo, porque ya he encontrado la oveja que se me había perdido».
Lo mejor de todo el relato es la enseñanza final: para Dios somos importantes y Él se ocupa siempre personalmente de cada uno de nosotros, incluso cuando nos alejamos de Él por el pecado. Él nunca se desentiende de nosotros. Como nos recuerda Ezequiel (18, 23), «Dios no quiere la muerte del malvado, sino que se convierta de su conducta y que viva». Dios se goza en perdonar, no en condenar; su misericordia es más grande que nuestras faltas: «El Señor es clemente y misericordioso, paciente y lleno de amor; no anda siempre en querellas ni guarda rencor perpetuamente; no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga de acuerdo con nuestras culpas. Pues como la altura del cielo sobre la tierra, así es su amor con los que le honran; y como dista el oriente del poniente, así aleja de nosotros nuestros crímenes. Como un padre siente ternura por sus hijos, así siente el Señor ternura por sus fieles» (Salmo 103, 8ss).
Toda la vida de Jesús fue un continuo buscar a las ovejas descarriadas: «Él vino a buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lucas 19, 10). Para eso descendió del Cielo, para cargar con nuestros pecados y para llevarnos sobre sus hombros a la Casa del Padre, haciendo con todos «un único rebaño con un solo Pastor». El que hace salir el sol sobre justos e injustos y llover sobre buenos y malos, manifiesta una clara preferencia por los pecadores. A pesar de todo, Jesús no suprime la distinción entre pecador y justo. Desde el principio de su ministerio público, Él mismo invitaba a la conversión y a la penitencia: «Convertíos, porque está cerca el Reino de Dios» (Marcos 1, 15). Lo nuevo de su mensaje es el anuncio de que Dios no espera a que seamos justos para amarnos, sino que nos quiere siempre, con pasión, también mientras somos pecadores, y su mayor alegría se produce cuando tomamos conciencia de que necesitamos su salvación y nos abrimos a su perdón y a su amistad. No sólo desea nuestra conversión; también sale a nuestro encuentro de distintas maneras para tocar nuestro corazón y capacitarnos para darle una respuesta de amor. «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero y envió a su Hijo como sacrificio de purificación por nuestros pecados. Queridos míos, si Dios nos ha amado así, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros» (1 Juan 4, 10ss). Su amor precede a cualquier decisión que nosotros podamos hacer: «No temas, mi pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha querido daros el Reino» (Lucas 12, 32). Él nos ama desde siempre y ha decidido darnos su Reino. Nosotros comenzamos nuestro verdadero camino de amor cuando comprendemos esto.
Durante toda su vida, Jesús supo atraer la atención de sus oyentes contándoles parábolas y comparaciones, proponiéndoles acertijos, haciéndoles preguntas. A veces hablaba de Dios como de un Padre al que el hijo se le escapa de casa o como de una mujer que busca con interés la moneda perdida, o se presentaba a sí mismo como un sembrador que deposita la semilla de la Palabra de Dios en el corazón de los hombres, o como una vid a la que tienen que estar unidos los sarmientos para poder dar fruto... Jesús también habló de sí mismo utilizando la imagen del Pastor que conoce a sus ovejas, las ama y da su vida por ellas: «Os aseguro que el que no entra por la puerta en el redil, sino que salta la tapia, es ladrón y salteador. El pastor de las ovejas entra por la puerta. A éste le abre el guarda para que entre, y las ovejas escuchan su voz; él llama a las suyas por su nombre y las saca fuera del corral. Cuando han salido todas las suyas, se pone delante de ellas y las ovejas lo siguen, pues conocen su voz... Yo soy el Buen Pastor. El Buen Pastor da la vida por sus ovejas; no como el asalariado, que ni es verdadero pastor ni propietario de las ovejas. Éste, cuando ve venir al lobo, las abandona y huye. Y el lobo hace presa en ellas y las dispersa. El asalariado se porta así porque trabaja únicamente por la paga y no le interesan las ovejas. Yo soy el Buen Pastor, conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí, lo mismo que mi Padre me conoce a mí y yo lo conozco a Él. Como Buen Pastor, yo doy mi vida por las ovejas. Tengo también otras ovejas que no están en este redil; también a éstas tengo que atraerlas, para que escuchen mi voz. Entonces se formará un único rebaño, bajo la guía del único Pastor» (Juan 10, 1-17).
El contexto de la parábola es éste: Los pastores del tiempo de Jesús dejaban por las noches sus rebaños en un corral común, con un guarda. Era la manera más fácil de protegerlas de los ataques de los lobos o de los ladrones. Al amanecer, antes de salir el sol, cada pastor recogía sus propios animales y los llevaba a pastar. Cada pastor ha visto nacer y crecer a sus propios corderillos y los conoce bien. Incluso tiene un nombre para cada uno. Las ovejas también reconocen el olor y la voz de su dueño y no siguen a otro. Cada pastor entra en el recinto y llama a las ovejas por su nombre. Una vez fuera, las cuenta y, cuando están todas, camina delante de ellas para conducirlas a pastar al campo, haciendo oír su voz para que no se pierdan. A un extraño, sin embargo, no le siguen. Al contrario, tienen miedo de él y huyen de su presencia, porque no están familiarizadas con su voz.
El verdadero pastor se diferencia claramente de un asalariado. Éste último trabaja por dinero y no le importa la suerte de las ovejas. Esto se ve cuando llegan los lobos hambrientos a atacar el rebaño. Mientras que, en este caso, el dueño de las ovejas arriesga su vida por defenderlas a ellas, el mercenario huye, pensando sólo en salvarse a sí mismo. El buen pastor conoce a sus ovejas y es capaz de distinguir las suyas de las demás, conoce las necesidades concretas de cada una, sufre con ellas las inclemencias del tiempo y el cansancio de los desplazamientos, vela por su rebaño, lo proteje de los enemigos que lo amenazan, cura a las ovejas enfermas, alimenta con solicitud a las preñadas, dedica una atención especial a las más débiles.
Jesús es el verdadero Pastor bueno y generoso que conoce nuestros nombres, nuestras características personales, nuestra historia y que nos ama con un cariño único e irrepetible. Él viene a buscarnos para sacarnos del redil donde estábamos encerrados (la esclavitud del pecado y de la ley) y conducirnos a la libertad de los hijos de Dios. Nos habla, educándonos con sus enseñanzas. Quienes le escuchan saben que sólo Él tiene palabras de vida eterna (Juan 6, 68). Nos alimenta con su propio Cuerpo y su propia Sangre (Juan 6, 55). Nos regala el agua del Espíritu Santo, la única que puede saciar nuestra sed (Juan 4, 14). Nos conduce a la Verdad y la Vida (Juan 14, 6). Nos ha amado hasta el extremo (Juan 13, 1), manifestándonos lo ilimitado de su amor al dar la vida por nosotros (Juan 15, 13). La verdadera felicidad consiste en acogerle y seguirle, porque nadie va al Padre, sino por él.
«Yo conozco a mis ovejas y las mías me conocen a mí, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; por eso me entrego por las ovejas»
. Jesús describe aquí su relación con los suyos. Entre Él y los creyentes se da el mismo conocimiento profundo e íntimo y el mismo afecto sincero y tierno, que entre Él y su Padre del Cielo. En la Biblia, el verdadero conocimiento no es una mera relación intelectual, sino la comunión en el amor. Conocer a alguien es comprender sus sentimientos más profundos, los motivos por los que actúa de una forma determinada. Tanto como el Padre conoce y ama a Jesús (con un conocimiento y un amor perfectos), Jesús nos ama a nosotros. «¡Oh, Jesús!, que me amas más de lo que yo me puedo amar a mí misma, ni entiendo» (Santa Teresa de Jesús). Nuestro único deseo es conocer cada día más y amar cada momento mejor a Jesús. Para eso escuchamos su voz, nos alimentamos y fortalecemos con la celebración de sus Sacramentos y seguimos sus pasos por los caminos de la vida.
Los creyentes estamos llamados a reconocer la voz de nuestro Pastor, que nos habla al corazón palabras de amor y de comunión íntima en el Cantar de los Cantares (2, 8ss): «¡La voz de mi Amado! Miradlo cómo viene saltando por los montes... Habla mi Amado y me dice: "Levántate, amada mía, preciosa mía, ven a mí. Que ya ha pasado el invierno, han cesado las lluvias y se han ido"... ¡Es tan dulce tu voz, tan hermoso tu rostro... Mi Amado es para mí y yo para Él».
«"Yo soy el Buen Pastor que conozco a mis ovejas", es decir, que las amo, "y las mías me conocen". Habla, pues, como si quisiera dar a entender a las claras: "Los que me aman vienen tras de mí". Pues el que no ama la verdad es que no la ha conocido todavía... "Quien entre por mí se salvará, y podrá entrar y salir, y encontrará pastos". O sea, tendrá acceso a la fe, y pasará luego de la fe a la visión, de la credulidad a la contemplación, y encontrará pastos en el eterno descanso. Sus ovejas encuentran pastos, porque quienquiera que siga al Señor con corazón sencillo se nutrirá con un alimento de eterno verdor. ¿Cuáles son, en efecto, los pastos de estas ovejas, sino los gozos eternos de un paraíso inmarchitable? Los pastos de los creyentes son la visión del rostro de Dios, con cuya plena contemplación la mente se sacia eternamente».
Dios entró en la tienda de un zapatero y le dijo: soy tan pobre que no tengo ni siquiera otras sandalias; y como ves están rotas e inservibles. ¿Podrías tú reparármelas por favor?, no tengo dinero aquí, pero te puedo dar lo que quieras si me las arreglas.
El zapatero con mucha desconfianza dijo: ¿Me puedes dar tu el millón de
dólares que necesito para ser feliz?
El zapatero con mucha desconfianza dijo: ¿Me puedes dar tu el millón de
dólares que necesito para ser feliz?
Dios le dijo: Te puedo dar 100 millones de dólares. Pero a cambio me debes
dar tus piernas...
El zapatero dijo: ¿Y de que me sirven los 100 millones si no tengo piernas?
dar tus piernas...
El zapatero dijo: ¿Y de que me sirven los 100 millones si no tengo piernas?
Señor volvió a decir: Te puedo dar 500 millones de dólares, si me das tus
brazos.
El zapatero respondió: ¿y que puedo yo hacer con 500 millones si no podría
ni siquiera comer yo solo?
brazos.
El zapatero respondió: ¿y que puedo yo hacer con 500 millones si no podría
ni siquiera comer yo solo?
El Señor habló de nuevo y dijo: Te puedo dar 1000 millones si me das tus
ojos.
El zapatero solo dijo: ¿Y dime; que puedo hacer yo con tanto dinero si no
podría ver el mundo, ni poder ver a mis hijos y a mi esposa para compartir
con ellos?
ojos.
El zapatero solo dijo: ¿Y dime; que puedo hacer yo con tanto dinero si no
podría ver el mundo, ni poder ver a mis hijos y a mi esposa para compartir
con ellos?
Dios sonrió y le dijo: Ay hijo mío, como dices que eres pobre ¿; si te he
ofrecido ya 1600 millones de dólares y no los has cambiado por las partes
sanas de tu cuerpo! Eres tan rico y no te has dado cuenta
ofrecido ya 1600 millones de dólares y no los has cambiado por las partes
sanas de tu cuerpo! Eres tan rico y no te has dado cuenta
Sólo pensemos hoy en todo lo que podemos agradecer a Dios, y démosle gracias
pues es El quien nos ha dado la salud. No pidamos tanto dinero, pues es mejor tener todo nuestro cuerpo sano a tener todo el dinero del mundo.
pues es El quien nos ha dado la salud. No pidamos tanto dinero, pues es mejor tener todo nuestro cuerpo sano a tener todo el dinero del mundo.
Jesus
RESUCITO JESÚS ALELUYA
Los discípulos corrieron al sepulcro vacío y creyeron. En mi vida diaria estoy llamado a correr, también, al encuentro del Señor. En la resurrección de Cristo tenemos la certeza de que nuestra vida no se acaba en el vacío. Nuestra existencia es un continuo peregrinar hacia el encuentro definitivo y eterno con Dios. Nos hiciste Señor para ti e inquieto está nuestro corazón hasta que no descanse en ti (cf. San Agustín).
¿Qué fue lo que vio esa mañana? Seguramente la sábana santa en perfectas condiciones, no rota ni rasgada por ninguna parte. Intacta, como la habían dejado en el momento de la sepultura. Sólo que ahora está vacía, como desinflada; como si el cuerpo de Jesús se hubiera desaparecido sin dejar ni rastro. Entendió entonces lo sucedido: ¡había resucitado! Pero Juan vio sólo unos indicios, y con su fe llegó mucho más allá de lo que veían sus sentidos. Con los ojos del cuerpo vio unas vendas, pero con los ojos del alma descubrió al Resucitado; con los ojos corporales vio una materia corruptible, pero con los ojos del espíritu vio al Dios vencedor de la muerte.
Lo que nos enseñan todas las narraciones evangélicas de la Pascua es que, para descubrir y reconocer a Cristo resucitado, ya no basta mirarlo con los mismos ojos de antes. Es preciso entrar en una óptica distinta, en una dimensión nueva: la de la fe. Todos los días que van desde la resurrección hasta la ascensión del Señor al cielo será otro período importantísimo para la vida de los apóstoles. Jesús los enseñará ahora a saber reconocerlo por medio de los signos, por los indicios. Ya no será la evidencia natural, como antes, sino su presencia espiritual la que los guiará. Y así será a partir de ahora su acción en la vida de la Iglesia.
Eso les pasó a los discípulos. Y eso nos ocurre también a nosotros. Al igual que a ellos, Cristo se nos “aparece” constantemente en nuestra vida de todos los días, pero muy difícilmente lo reconocemos. Porque nos falta la visión de la fe. Y hemos de aprender a descubrirlo y a experimentarlo en el fondo de nuestra alma por la fe y el amor.
Y esta experiencia en la fe ha de llevarnos paulatinamente a una transformación interior de nuestro ser a la luz de Cristo resucitado. “El mensaje redentor de Pascua -como nos dice un autor espiritual contemporáneo- no es otra cosa que la purificación total del hombre, la liberación de sus egoísmos, de su sensualidad, de sus complejos; purificación que, aunque implica una fase de limpieza y saneamiento interior -por medio de los sacramentos- sin embargo, se realiza de manera positiva, con dones de plenitud, como es la iluminación del Espíritu, la vitalización del ser por una vida nueva, que desborda gozo y paz, suma de todos los bienes mesiánicos; en una palabra, la presencia del Señor resucitado”.
En efecto, san Pablo lo expresó con incontenible emoción en este texto, que recoge la segunda lectura de este domingo de Pascua: “Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de allá arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con Él, en gloria” (Col 3, 1-4). ¡Pidamos a Cristo resucitado poder resucitar junto con Él, ya desde ahora!
¿Qué fue lo que vio esa mañana? Seguramente la sábana santa en perfectas condiciones, no rota ni rasgada por ninguna parte. Intacta, como la habían dejado en el momento de la sepultura. Sólo que ahora está vacía, como desinflada; como si el cuerpo de Jesús se hubiera desaparecido sin dejar ni rastro. Entendió entonces lo sucedido: ¡había resucitado! Pero Juan vio sólo unos indicios, y con su fe llegó mucho más allá de lo que veían sus sentidos. Con los ojos del cuerpo vio unas vendas, pero con los ojos del alma descubrió al Resucitado; con los ojos corporales vio una materia corruptible, pero con los ojos del espíritu vio al Dios vencedor de la muerte.
Lo que nos enseñan todas las narraciones evangélicas de la Pascua es que, para descubrir y reconocer a Cristo resucitado, ya no basta mirarlo con los mismos ojos de antes. Es preciso entrar en una óptica distinta, en una dimensión nueva: la de la fe. Todos los días que van desde la resurrección hasta la ascensión del Señor al cielo será otro período importantísimo para la vida de los apóstoles. Jesús los enseñará ahora a saber reconocerlo por medio de los signos, por los indicios. Ya no será la evidencia natural, como antes, sino su presencia espiritual la que los guiará. Y así será a partir de ahora su acción en la vida de la Iglesia.
Eso les pasó a los discípulos. Y eso nos ocurre también a nosotros. Al igual que a ellos, Cristo se nos “aparece” constantemente en nuestra vida de todos los días, pero muy difícilmente lo reconocemos. Porque nos falta la visión de la fe. Y hemos de aprender a descubrirlo y a experimentarlo en el fondo de nuestra alma por la fe y el amor.
Y esta experiencia en la fe ha de llevarnos paulatinamente a una transformación interior de nuestro ser a la luz de Cristo resucitado. “El mensaje redentor de Pascua -como nos dice un autor espiritual contemporáneo- no es otra cosa que la purificación total del hombre, la liberación de sus egoísmos, de su sensualidad, de sus complejos; purificación que, aunque implica una fase de limpieza y saneamiento interior -por medio de los sacramentos- sin embargo, se realiza de manera positiva, con dones de plenitud, como es la iluminación del Espíritu, la vitalización del ser por una vida nueva, que desborda gozo y paz, suma de todos los bienes mesiánicos; en una palabra, la presencia del Señor resucitado”.
En efecto, san Pablo lo expresó con incontenible emoción en este texto, que recoge la segunda lectura de este domingo de Pascua: “Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de allá arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con Él, en gloria” (Col 3, 1-4). ¡Pidamos a Cristo resucitado poder resucitar junto con Él, ya desde ahora!
La muerte del Señor demuestra el inmenso amor con el que nos ha amado hasta sacrificarse por nosotros; pero sólo su resurrección es «prueba segura», es certeza de que lo que afirma es verdad.
La Semana Santa es el momento litúrgico más intenso de todo el año. Sin embargo, para muchos católicos se ha convertido sólo en una ocasión de descanso y diversión. Se olvidan de lo esencial: esta semana la debemos dedicar a la oración y la reflexión en los misterios de la Pasión y Muerte de Jesús para aprovechar todas las gracias que esto nos trae.
Para vivir la Semana Santa, debemos darle a Dios el primer lugar y participar en toda la riqueza de las celebraciones propias de este tiempo litúrgico.
Vivir la Semana Santa es acompañar a Jesús con nuestra oración, sacrificios y el arrepentimiento de nuestros pecados. Asistir al Sacramento de la Penitencia en estos días para morir al pecado y resucitar con Cristo el día de Pascua.
Lo importante de este tiempo no es el recordar con tristeza lo que Cristo padeció, sino entender por qué murió y resucitó. Es celebrar y revivir su entrega a la muerte por amor a nosotros y el poder de su Resurrección, que es primicia de la nuestra.
La Semana Santa fue la última semana de Cristo en la tierra. Su Resurrección nos recuerda que los hombres fuimos creados para vivir eternamente junto a Dios.
Domingo de Ramos:
Celebramos la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén en la que todo el pueblo lo alaba como rey con cantos y palmas. Por esto, nosotros llevamos nuestras palmas a la Iglesia para que las bendigan ese día y participamos en la misa.
Jueves Santo:
Este día recordamos la Última Cena de Jesús con sus apóstoles en la que les lavó los pies dándonos un ejemplo de servicialidad. En la Última Cena, Jesús se quedó con nosotros en el pan y en el vino, nos dejó su cuerpo y su sangre. Es el jueves santo cuando instituyó la Eucaristía y el Sacerdocio. Al terminar la última cena, Jesús se fue a orar, al Huerto de los Olivos. Ahí pasó toda la noche y después de mucho tiempo de oración, llegaron a aprehenderlo.
Viernes Santo:
Ese día recordamos la Pasión de Nuestro Señor: Su prisión, los interrogatorios de Herodes y Pilato; la flagelación, la coronación de espinas y la crucifixión. Lo conmemoramos con un Via Crucis solemne y con la ceremonia de la Adoración de la Cruz.
Sábado Santo:
Se recuerda el día que pasó entre la muerte y la Resurrección de Jesús. Es un día de luto y tristeza pues no tenemos a Jesús entre nosotros. Las imágenes se cubren y los sagrarios están abiertos. Por la noche se lleva a cabo una vigilia pascual para celebrar la Resurrección de Jesús. Vigilia quiere decir “ la tarde y noche anteriores a una fiesta.”. En esta celebración se acostumbra bendecir el agua y encender las velas en señal de la Resurrección de Cristo, la gran fiesta de los católicos.
Domingo de Resurrección o Domingo de Pascua:
Es el día más importante y más alegre para todos nosotros, los católicos, ya que Jesús venció a la muerte y nos dio la vida. Esto quiere decir que Cristo nos da la oportunidad de salvarnos, de entrar al Cielo y vivir siempre felices en compañía de Dios. Pascua es el paso de la muerte a la vida.
Para vivir la Semana Santa, debemos darle a Dios el primer lugar y participar en toda la riqueza de las celebraciones propias de este tiempo litúrgico.
Vivir la Semana Santa es acompañar a Jesús con nuestra oración, sacrificios y el arrepentimiento de nuestros pecados. Asistir al Sacramento de la Penitencia en estos días para morir al pecado y resucitar con Cristo el día de Pascua.
Lo importante de este tiempo no es el recordar con tristeza lo que Cristo padeció, sino entender por qué murió y resucitó. Es celebrar y revivir su entrega a la muerte por amor a nosotros y el poder de su Resurrección, que es primicia de la nuestra.
La Semana Santa fue la última semana de Cristo en la tierra. Su Resurrección nos recuerda que los hombres fuimos creados para vivir eternamente junto a Dios.
Domingo de Ramos:
Celebramos la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén en la que todo el pueblo lo alaba como rey con cantos y palmas. Por esto, nosotros llevamos nuestras palmas a la Iglesia para que las bendigan ese día y participamos en la misa.
Jueves Santo:
Este día recordamos la Última Cena de Jesús con sus apóstoles en la que les lavó los pies dándonos un ejemplo de servicialidad. En la Última Cena, Jesús se quedó con nosotros en el pan y en el vino, nos dejó su cuerpo y su sangre. Es el jueves santo cuando instituyó la Eucaristía y el Sacerdocio. Al terminar la última cena, Jesús se fue a orar, al Huerto de los Olivos. Ahí pasó toda la noche y después de mucho tiempo de oración, llegaron a aprehenderlo.
Viernes Santo:
Ese día recordamos la Pasión de Nuestro Señor: Su prisión, los interrogatorios de Herodes y Pilato; la flagelación, la coronación de espinas y la crucifixión. Lo conmemoramos con un Via Crucis solemne y con la ceremonia de la Adoración de la Cruz.
Sábado Santo:
Se recuerda el día que pasó entre la muerte y la Resurrección de Jesús. Es un día de luto y tristeza pues no tenemos a Jesús entre nosotros. Las imágenes se cubren y los sagrarios están abiertos. Por la noche se lleva a cabo una vigilia pascual para celebrar la Resurrección de Jesús. Vigilia quiere decir “ la tarde y noche anteriores a una fiesta.”. En esta celebración se acostumbra bendecir el agua y encender las velas en señal de la Resurrección de Cristo, la gran fiesta de los católicos.
Domingo de Resurrección o Domingo de Pascua:
Es el día más importante y más alegre para todos nosotros, los católicos, ya que Jesús venció a la muerte y nos dio la vida. Esto quiere decir que Cristo nos da la oportunidad de salvarnos, de entrar al Cielo y vivir siempre felices en compañía de Dios. Pascua es el paso de la muerte a la vida.
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